19 de enero de 2017

Pasión por la formación 2a Parte




En el primer artículo de esta serie hablamos de la pedagogía extractiva. Hoy hablaremos de otras dos muy relacionadas con ella.
  • Pedagogía problematizadora
El gran maestro uruguayo Mario Kaplún hablaba de una comunicación que problematiza. Por eso, cuando nos solicitan ir a “facilitar” un taller, les respondemos que vamos, pero a “dificultarlo”.

Kaplún decía que lo que importa, más que enseñar cosas y transmitir contenidos, es que el sujeto aprenda a aprender, que se haga capaz de razonar por sí mismo… de elaborar conciencia crítica.
Esto se consigue con una formación que pone en apuros, que cuestiona, que obliga a investigar, a pensar y repensar lo aprendido.
Para poco sirven esos “facilitadores” que, por un falso respeto al grupo, anotan en la pizarra todas las ideas y disparates que salen del grupo y, al final, felicitan por la gran participación lograda. Esa pedagogía “condescendiente” no ayuda a crecer. Y quienes la aplican, más que facilitadores son facilistas.

Dicen que el movimiento se demuestra andando. Pues muy bien, en un taller da mejores resultados enviar a hacer los ejercicios sin muchas pistas previas, sin muchas indicaciones. Que se equivoquen. Que aprendan de sus errores. Que aprendan desde la práctica. 

En un segundo momento, cada trabajo pasará por la mirada exigente del grupo y del conductor o conductora del taller y será enriquecido con las sugerencias de todos y todas.
En un tercer momento, los ejercicios se reharán con las recomendaciones dadas.
Es sorprendente cómo cambian estas segundas muestras cuando se han “problematizado”, cuando se han evaluado con una mirada crítica tanto del grupo como del conductor o conductora del taller.
Los participantes terminan el taller cuestionados. Y de seguro, en su labor diaria, serán más exigentes consigo mismos y los resultados mejorarán considerablemente.
Problematizar es una buena herramienta para ayudar a extraer el conocimiento que llevamos dentro.
  • Pedagogía popular
Sin menospreciar la labor de las universidades y sus académicos, pienso que la capacitación tiene que hacerse en clave popular. Sería una gran contradicción que los conductores y conductoras de un taller empleen un lenguaje abstracto, erudito, elitista, para formar a las comunicadades.
No vamos a un taller a demostrar lo ilustrados o leídas que somos. ¿De qué sirve hablar rebuscadamente si nadie nos entiende? ¿Quién nos dijo que esta verborrea inconexa era análoga a una enseñanza imponderable?

Si queremos mensajes que enganchen con la gente de a pie, que lleguen a grupos masivos, empleemos también en los talleres un estilo suelto y desenvuelto, hagamos ejercicios dinámicos, repartamos textos sabrosos de leer, hagamos sencillas las cosas difíciles y no al revés.
Recuperemos en nuestra tarea de formación las expresiones populares, el habla coloquial, hablemos como hablamos siempre. Desgraciadamente, algunas formadoras y formadores sufren el mismo problema que muchos locutores: la enfermedad de la “dualidad locutoril”.
Locutores que fuera de la cabina hablan como gente normal, pero al entrar se trasforman, cual Dr. Jekyll y Mr. Hyde, adoptando un tono ceremonioso, una voz impostada y un lenguaje incomprensible.

Practiquemos siempre con el ejemplo. Un comunicador o formadora popular enseña popularmente. Y para eso, qué mejor que echar mano de la siguiente pedagogía que veremos en el artículo.

7 de enero de 2017

¡PASIÓN EN LA FORMACIÓN!


El que ha sido cocinero antes que fraile, sabe lo que pasa en la cocina.

Este sabio refrán castellano describe muy bien algo que todo el mundo sabe: sólo se aprende haciendo. Y en el mundo de la formación sucede lo mismo, nadie nace aprendido.
Por eso, para aprender a impartir talleres, hay que dar talleres. Muchas personas se enfrentan a la divertida tarea de tener que enseñar o entregar una informació. ¿Cómo se hace eso?, preguntan.

Con este artículo comenzamos una pequeña serie con algunas “pedagogías” que te servirán como formador y capacitadora para entregar cualquier tipo de taller.

Verás que algunas no son muy “ortodoxas”, ya que no están sacadas de ningún libro, sino de la experiencia recogida en cada taller que ha impartido el equipo de formación de RADIALISTAS.


Pedagogía Extractiva

Las personas que van a recibir la capacitación no son cajas vacías. Cada una y cada uno es una rica mina de conocimiento, de saberes y experiencias.

Nuestra labor como formadoras y formadores consiste entrar a esa mina a extraer las riquezas que hay en ella. Quizás algunas veces nos encontremos minerales al natural, sin tallar, pero están allí. Sólo tendremos que limpiar el polvo que los cubre y darles una ligera pulida.

Será fácil entonces que, con el ruido del martillo extractor, el conocimiento despierte, la mente se ponga activa, se libere. Lograremos que, quienes están sentados en las sillas, encuentren su veta de sabiduría.

Para aplicar esta pedagogía hay que fomentar y desarrollar técnicas participativas y de construcción colectiva del conocimiento entre el grupo.

De nada sirve llegar con nuestra murga a sermonear. Esa es la pedagogía valeriana o somnífera, opuesta a la que estamos proponiendo en estas líneas.

Las dinámicas empleadas deben posibilitar el intercambio de ideas y conceptos, lograr que todos reflexionen y opinen, que juntos lleguen a las conclusiones que queremos dejarles como enseñanza.

Estos pedagogos extractivos, no se deben robar nunca el show. Tienen muy claro quiénes protagonizan el taller. Su labor es dinamizarlos, hacerles preguntas, cuestionarlos, propiciar el debate y lograr que todo el mundo participe.

A veces, se pintan de rojo y juegan el papel de Abogado del Diablo. Llevan la contraria, se oponen, tratan que la persona se interrogue de nuevo, rebusque dentro de sí argumentos para rebatir al diablo. En definitiva, piense por sí misma.

No alcanzaremos nunca nuestra meta si llegamos con los “ejemplos”. En algunos talleres llega el profesor, saca ceremoniosamente un CD, lo hace escuchar y dice que “lo que escuchan es una muestra de lo debemos hacer”.

Los monitos imitadores están en las ferias. El mejor ejemplo, la mejor demostración para alguien que participa en un espacio formativo, es la que puede construir por sí mismo.

No impartimos un taller para demostrar lo que sabemos hacer nosotros. Vamos para que cada participante se demuestre lo mucho que puede hacer por sí mismo y en grupo.

Después que el intercambio se agota, es cuando entramos en acción. Es el momento de hacer una breve síntesis, agrupando, recogiendo y ordenando las enseñanzas surgidas del grupo. Igualmente, es conveniente añadir algunas ideas que quizás se quedaron por fuera y creemos útil reseñar.

Pero sólo al final. El grupo siempre debe hablar más que nosotros. No olvidemos lo que tantas veces les repetimos a formadores: tenemos dos orejas y una boca para escuchar el doble de lo que hablamos.

Esta última frase define muy bien la llamada “subpedagogía” del trasero. Fue formulada por una buena formadora: esto entiende –decía señalándose la cabeza– lo que esto aguanta –y se señalaba las posaderas. Cuando la gente se empieza a inquietar en las sillas, a mover impaciente, es hora de salir a tomar un café.

Así que… ¡a extraer conocimientos!

En el próximo artículo seguimos con la Pedagogía problematizadora.